A pesar de la oposición machista de
muchos miembros de la sección que temían perder dominio sobre su consorte, la
propuesta fue aprobada y se le encargó al entonces delegado a la revisión
proponerla al pleno de delegados. Pero nuestro delegado aprovechó la
oportunidad para convertirse en sempiterno funcionario de la Caja de
Telefonistas dejando de lado el acuerdo de asamblea y así la propuesta quedó
guardada en el archivo muerto; sin embargo el tema sigue ahí.
¿Es necesario pagar el esfuerzo que las amas de casa hacen por mantener
en buenas condiciones a los activos de la economía (es decir a los
trabajadores)? ¿Cómo se contabiliza ese innegable esfuerzo dentro de las relaciones
de producción? Hace ya varios años que el tema suscita diferencias entre
distintas instituciones y corrientes tanto de feministas como de
economistas. Desde luego, el hecho de
que las cónyuges (o en su caso los cónyuges) tengan acceso a una fuente propia
de ingreso les da alguna libertad de gasto y poder de negociación en las
relaciones maritales; eso alega una parte. En la esquina de enfrente, otra
corriente destaca que no se trata de acentuar las relaciones individuales con
el régimen e impulsar la competencia en el núcleo familiar sino de tomar a la
familia en sí como una unidad que pone en común los recursos, las actividades,
las relaciones, la calidad de vida por encima del dinero y su tendencia a lo
superfluo. Esta corriente llama a desbaratar los esquemas enfrentados de Producción-mercado-salario-acto
público (ciclo de los trabajadores) contra Reproducción-sostén de la
familia-trabajo sin paga-actividad privada (ciclo de las amas de casa).
El peor sistema es el que prevalece de
simplemente ignorar la aportación que hacen los trabajos de cuidado (o sea, de
las amas de casa). No podemos seguir desatendiendo éste tema como si la
esclavitud (el trabajo no valorado) fuera normal. Por lo menos demos
seguimiento a los especialistas que discuten el problema, pero si es posible, aportemos
nuestras propias ideas.'
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